17 de noviembre
Hace unos días me quedé trabajando hasta muy tarde. No esperaba recibir una llamada telefónica a la una de la mañana; mucho menos de Ramón Carvajal, a quien no veía en un año. El gusto de escuchar nuevamente a mi mejor amigo en toda la carrera, la maestría y doctorado, me hizo olvidar que se trataba de una hora inusitada para hablar por teléfono. Platicamos cerca de una hora, lo mismo: tiene sus clasecitas en la universidad y su plaza de investigador. Desde esa conversación sospeché que Ramón no era el mismo de la plática como silenciosa, suave y serena. Sus frases parecían romperse por un constante nerviosismo o de pronto parecía que se quedaban agazapadas en el fondo de la garganta, temerosas de salir. Acepté su petición de ir a su casa por el deseo de verlo y charlar más ampliamente, pero también por el deseo inconsciente de comprobar mi sospecha. Me dijo que me llamaría para avisar cuándo me esperaba. Debe tratarse de algo urgente (no creo que sean sólo las ganas de verme) porque hoy me volvió a llamar.
19 de noviembre
No quise pensar, de momento, que el sujeto que me recibió hoy en la puerta de la casa de mi amigo Ramón fuera el Ramón de las brillantes calificaciones en la escuela, el Ramón al que todos auguraban un gran éxito en las matemáticas puras, el Ramón con el que conquisté muchas chicas; sin embargo, la voz a espaldas de aquel sujeto, que me decía pase don Víctor, me aseguró que este era el lugar que buscaba y que el tipo enjuto, ojeroso, desaseado y casi jorobado, era mi amigo. Nos sentamos a platicar en la sala; la esposa de Ramón es igual de alegre pero se nota algo cansada. Ramón daba la impresión de no estar interesado en lo que platicábamos. Luego de que Sandra se disculpó para retirarse a su trabajo, Ramón me invitó a pasar a la biblioteca. Creí que era el momento de invitarlo, como otras tantas veces, que entrara a la empresa donde yo trabajo. Lo que él necesita es retirarse de la heroica investigación y comenzar a ganar un buen sueldo con menos esfuerzo, además con su inteligencia pronto
alcanzará mejores puestos. Pero fue inútil, Ramón no me dio oportunidad de hablar; inmediatamente después de cerrar la puerta me dijo con tono de súplica: "Necesito tu ayuda". Caminó con pasos desordenados a su escritorio y sacó un carpeta repleta de hojas. Se volvió a mí, sudaba y se deshacía en ademanes como si quisiera explicarme algo. De las frases que yo imaginaba hechas un ovillo en el fondo de su garganta, una logró escapar: "Revisa esto, por favor" al tiempo que me extendía la carpeta. En ese momento no me interesó revisar su contenido, sino descubrir en el rostro demacrado de mi amigo la causa de su turbación. Me di cuenta de que los signos de su rostro, antes claros, eran ahora indescifrables y sólo me sugerían una profunda angustia. Me acerqué a él, logrando sobreponerme a las circunstancias y palmeándole la espalda le dije: "No te preocupes, lo revisaré". Aunque no sabía entonces qué significaba eso de que yo "revisaría" aquellas hojas. Ramón cayó pesadamente en el sillón, hundiéndose en una completa inmovilidad. Supuse que debía marcharme. Cuando abría la puerta, me volví al escritorio; Ramón seguía inmóvil, con el rostro tenso.
20 de noviembre.
El trabajo me absorbió tanto que no pude revisar ayer las hojas de Ramón, no obstante la curiosidad que tenía. Hoy que regresé de la oficina, Lorena me avisó que me llamó Ramón; a ella también le extrañó su actitud, me preguntó qué le pasaba. Repuse que nada, cosas de su trabajo, quería que le ayudara con una investigación. "¿Tú?", me preguntó asombrada, "pero tú qué sabes de las investigaciones que hace Ramón". Eso me enfureció, quise contestarle que yo, como Ramón, también había hecho mi doctorado, que también había estudiado matemáticas en el extranjero y que también trabajé dos años en el mismo instituto que Ramón; pero preferí ahorrarme explicaciones y decidí encerrarme en mi estudio a llamar a mi amigo. Me contestó él mismo; sin esperar a que lo saludara me espetó: "Víctor, por favor, sólo ocúpate de lo matemático". Sin que aún terminara de asimilar aquellas palabras, Ramón agregó: "Gracias, Víctor, gracias", luego colgó. Me quedé largo rato con el auricular pegado al oído como si aquellos ruidos intermitentes tuvieran que unirse en algún momento para formar una voz que me explicara que significaba eso de "sólo ocúpate de lo matemático". ¿Qué otra cosa podía hacer yo, como matemático, sino precisamente "ocuparme de lo matemático"?
Comencé a revisar las hojas como a las nueve de la noche. Estaban numeradas hasta el quinientos diez, todas ellas llenas de operaciones, la mayoría conocidas para mí. Lo que empezó a inquietarme fue que todas estaban acompañadas por una simbología completamente extraña para mí. Intenté encontrar una regla común que las explicara, pero eso me fue imposible. Recordé entonces lo que me dijo Ramón y abandone el intento. Esas hojas me daban la oportunidad de reencontrarme con lo que había guiado la mayor parte de mi vida hasta que formé una familia: las matemáticas. Pasé largas horas revisando aquello, sin darme siquiera cuenta a qué conducían las innumerables operaciones. Me preocupé más por consultar mis libros, ya olvidados para aclarar o recordar algunos procedimientos, que preguntarme algo más importante, algo que sólo ahora que escribo esto me pregunto: qué le ocurría a Ramón que me pide después de un año sin vernos que le revise unas hojas comprensibles a medias... comprensibles "sólo en lo matemático".
24 de noviembre.
La revisión de las hojas de Ramón, me ha ocupado en todos el tiempo libre que me queda fuera del trabajo. El jefe me pidió que viajara a las instalaciones de Chiapas a dar no se qué asesorías; con mucha pena le dije que no podía. Noté que se quedó pensativo, preocupado, como si me desconociera. Hoy me di cuenta que de unos días acá he estado más sensible. Lorena me reclamó ayer no sé qué cosa, no le puse atención. Cuando termine el asunto de Ramón tengo que pedirle una disculpa. Ramón me ha estado llamando diario como a la una o dos de la mañana. Cómo me gustaría que fuera para saludarme, para preguntarme de la familia, del trabajo.. .pero inva dablemente es para preguntarme, con una voz que cada vez se apaga más, sí he encontrado algún error. Le contesto que no y un silencio tenso y áspero nos distancia. Ramón lo rompe con dificultad, casi con sacrificio...me dice que me lo agradece que siga revisando. Empiezo a imaginarme que Ramón desea que encuentre algún error, que todo ese trabajo que me pidió es sólo para encontrar uno. Por qué no pregunta si va todo bien, si las operaciones son correctas. Ayer fui yo quien rompió el silencio para avisarle que el sábado le llevaré sus hojas.
Mientras hablaba noté que su respiración se agitaba incomprensiblemente y luego sin contestarme colgó ruidosamente, casi con violencia.
26 de noviembre.
Ayer creí haber encontrado un error. Sin esperar a que Ramón me llamara, yo lo hice. Eran como las ocho, me contestó Sandra, me dijo que Ramón estaba dormido, que no ha dormido bien estos últimos meses, no sabe qué le pasa y no quiere ir al doctor. No quise preocupar más a Sandra habiéndole de las hojas, era seguro que no supiera que la causa del estado de Ramón eran esas hojas; tampoco le pedí que lo despertara. Esperé a que Ramón me llamara en la madrugada: la misma voz que me preguntaba si había un error y yo diciéndole, algo que seguramente no le interesaba, que le había llamado, que había platicado con Sandra, que sería bueno organizar una reunión con nuestras esposas; pero él se empecinaba en no decir nada, en esperar una respuesta que ya adivinaba. Sin permitir que el temido silencio se tendiera entre nosotros le dije con cierta inseguridad "creo que encontré un error...pero no estoy...", sin dejarme continuar me respondió con la misma voz angustiada "en la página cuatrocientos cincuenta ¿verdad?". Tomé la hoja que había estado revisando y en efecto se trataba de la hoja que decía Ramón. Iba a preguntarle cómo es que lo sabía, cuando empezó, por primera vez en todo este tiempo, a explicarme algo. Pero de que servía si me hablaba con frases entrecortadas, ininteligilibles la mayoría de ellas. Hubiera querido calmarlo y pedirle que me explicara punto por punto, pero el bombardeo de frases me impedía pensar con calma: "mira, Víctor, parece que es un error pero...como ves es la hojas más borroneada, la he revisado...el libro de Hacking dice que...el procedimiento de Grane es el más correcto...es una operación engañosa.. Revísala bien Víctor.. .por favor Víctor, no creo que haya error.. .por favor revísala". Luego los ruidos intermitentes que eran como las frases de Ramón, indescifrables.
Tengo que revisar los libros de Hacking y Grane. Recuerdo vagamente que eran los matemáticos preferidos por Ramón, a mí me parecían muy complicados. Pero tengo que revisarlos...creo que tengo algunos libros de ellos.
29 de noviembre.
Son las nueve. Hoy me voy a dormir temprano, estoy rendido. Le hablé a Ramón. Ahora yo le espeté "Tienes razón, Ramón, la operación es correcta. Revisé a Hacking y Grane; por cierto que voy a empezar a reconsiderarlos. Mañana te llevo las hojas". Estaba dispuesto a no soportar el silencio de Ramón y estaba a punto de colgar cuando Ramón con una voz que temía que de algún momento a otro se apoderara de mi amigo, con una voz que se quebraba y bordeaba los límites del llanto me dijo "Mañana te espero, Víctor". Ambos colgamos inmediatamente.
30 de noviembre.
Desperté a las seis. Me quedé hasta las ocho en la cama ya sin poder dormir. Luego bajé a desayunar; Inés me preguntó si había dormido bien, no le contesté. Me vestí con prisa, siempre pensando en las hojas, los signos nunca descifrados, los errores que no encontré. Me encerré en el estudio a ordenar las hojas; de vez en vez mi vista se aferraba a alguna de ellas, mientras pensaba que todos aquellos números, signos, símbolos, no significaban nada. Pensaba sin mucha convicción que sólo hasta que las entregara a Ramón cobraría una dimensión real. Permanecí largo rato sentado frente a mi escritorio. Los libros regados por aquí y allá, los cuadros de figuras geométricas, los sillones cubiertos por el periódico intacto de ayer, de antier, de toda la semana, la lámpara, todo, mi trabajo, Lorena, todo se volvía nuevamente claro, concreto, real. Estaba decidido a olvidarme del asunto. Pensé incluso arrancar las últimas hojas del diario. No me di cuenta pero estuve ensimismado quizá hasta una hora. Luego me interrumpió Lorena, creo que iba con su madre; le pedí que me pasara a dejar a casa de Ramón. Llegué como a las doce. Abrió Sandra; me dijo que le preparaba el desayuno a Ramón, supuse que acababa de despertar. Me senté en la sala, Sandra gritó desde la cocina que Ramón estaba en la biblioteca. La puerta estaba entreabierta, caminé hasta el escritorio sin hacer ruido. Ramón estaba dormido, la cabeza le caía hacia atrás. Me senté en un sillón y comencé a recorrer con la vista la biblioteca: todo estaba desordenado, sucio, maloliente. Había tazas y platos regados por todas partes, libros abiertos amontonados en el escritorio, la lámpara despedía una luz desganada, de la pared colgaba un pizarrón en que estaba dibujada un circunferencia rodeada de operaciones, números...de golpe me di cuenta que no había soltado en ningún momento la carpeta, la tenía entre mis manos que sudaban. Volví a escuchar, ahora más apagada, la voz de Sandra: nos llamaba desayunar. No respondí; Ramón levantó los párpados con pesadez. Brincó del asiento cuando me vio frente a él, le pedí disculpas al instante. "¿Cómo estás Víctor?, me preguntó caminando hacia mí. Me extendió la mano, la estreché y , casi sin pensarlo, le alargué la carpeta. Agachó la cabeza y así se quedó largo rato. Comenzó a temblar. Cuando se repuso fue a cerrar la puerta. Me miró interrogando más que a mí a mi rostro, sin embargo fui yo quien le respondió que no había errores. Ramón se sentó y con los codos apoyados en el escritorio y las manos oprimiendo la cabeza, comenzó a llorar. Me estremecí: el espectáculo de ver a Ramón llorando me producía una angustia desconocida. Le di la espalda y caminé por donde el desorden me lo permitía. Luego me acerqué a Ramón y tomándole por los hombros le pregunté con aspereza: "¿Qué significan las hojas Ramón? Dime qué significan". "Estoy loco, estoy loco, Víctor, eran las palabras de Ramón que parecían originarse en el mismo lugar que las lágrimas. No insistí, me fui a sentar al sillón. Ramón se quitó los lentes y se secó la cara. Trataba de serenarse, respiraba hondamente. Me dijo en voz baja y quebradiza: "Pensarás que estoy loco...no te culpo, yo también lo empiezo a creer...en esas hojas Víctor demuestro que la extensión del infierno... que la extensión del infierno es increíblemente... mayor a la del cielo, tierra y sistema...solar juntos...imagínate Víctor, la extensión del infierno..." Me quedé helado, suspendido, era como una laguna inmóvil de la que salían unos vapores, eran los significados que se evaporaban, formaban una espesa niebla infierno yo no pensaba las aguas seguían tranquilas mudas extensión acaso sentía un firme golpeteo infierno extensión cielo no pensaba sentía un mareo asco infierno luego una burbuja emerge tímida está loco una idea resbaladiza está loco. "Está loco", pensé. Luego escuché los nudillos de Sandra tocando la puerta. Me incorporé y abrí la puerta. Sandra me dijo algo, no le hice caso; antes de salir miré a Ramón derribado en el escritorio.
2 de enero.
En todo este tiempo no he podido olvidar el "asunto" de las hojas de Ramón. Cada vez que ese recuerdo me asaltaba, me escudaba en un cobarde "Ramón está loco" o trataba de convencerme de la nimiedad de la cuestión; a mí, un hombre razonable, qué me importaba la extensión del infierno. Ahora, sin embargo, he doblado las manos: el problema de Ramón se me muestra en toda su catastrófica dimensión. Me he entregado a él y preguntas antes insospechadas agotan mi mente: y qué tal si hay un punto de intersección entre la extensión del infierno y la de la Tierra; o aún peor, qué tal si la Tierra se inscribe dentro de la monstruosa extensión del infierno.
Edgar Mejía Galeana
Número 1 Abril-Junio 1993 (Revista de Literatura Scriptorium)
Número 1 Abril-Junio 1993 (Revista de Literatura Scriptorium)
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